Arriba el telón

Kristina Cordero 

Directora de Desarrollo e Investigación de Producto en Beereaders

Una tarde, hace muchos años, mi mamá llegó a casa especialmente cansada. Yo tenía unos nueve años, edad en que los hijos empiezan a entender que sus madres tienen una vida fuera de la casa, y no solo existen para dedicarse a uno. Su vida fuera de la casa consistía en ser profesora de ciencias sociales en una escuela pública de Nueva York, donde sus alumnos, de 12 y 13 años, le desafiaban diariamente con las inquietudes, necesidades, e intereses propias de su edad.

Sentada en el sillón, disfrutando una merienda antes de empezar mis tareas, vi a mi mamá sentarse y frotar los ojos.

“¿Por qué estás tan cansada? Si pasas el día con niños, llegas de tu trabajo temprano, mucho antes que los otros papás” le dije, en mi inocencia, pensando que era siempre relajante y divertido pasar el día con un curso de 30 niños en edad pre-adolescente.

“Kristina”, me dijo sonriendo, “Ser profesora es como subir a un escenario todos los días. Siempre tienes que estar preparada y lista para que te miren, te pregunten, y opinen. No es tan fácil como parece”

He vuelto a recordar estas palabras de mi dulce y paciente madre, muchas veces en los últimos meses, en que yo también he sido profesora.

Durante la pandemia nuestra obligación como profesores no ha disminuido; de hecho, se ha vuelto infinitamente más intensa, compleja y urgente. Y ese aspecto que mencionó mi mamá, el escenario, se volvió un tema central porque cambió. En lugar de llegar a la escuela y colocarnos entre mesas de alumnos en la sala de clase, tuvimos que presentarnos como una cajita más en una pantalla de cajitas, pequeñas ventanitas -cuando no estaban negras- de los mundos individuales de nuestros alumnos.

Este cambio de espacio abrió todo tipo de nuevas variables y dilemas relacionados con la presencia de la cámara y los tiempos del aprendizaje. Además de mis planificaciones, ahora debía pensar en cómo colocar mi cámara; cómo iluminar bien mi espacio, cómo pintarme para ocultar mis ojeras, y cómo interactuar con mis alumnos para mantener su atención y motivación desde ese espacito casi inexistente. Más o menos como el actor de teatro que, de repente, cambia a trabajar en la tele o el cine y se enfrenta a otra realidad.

Mi mamá tenía razón: los profesores somos como actores en cierto modo, subiendo al estrado y haciendo un pequeño performance diario. Como extranjera encuentro poéticas las otras palabras que se usan en castellano para actor, principalmente intérprete y artista. Son palabras que van más allá del concepto de “actor” y reflejan muy bien lo que siempre hemos tenido que hacer para nuestros alumnos: interpretar cosas, interpretar contenidos y objetivos curriculares en el escenario de nuestra aula. Pienso en las miles de interpretaciones que se han hecho de obras de Shakespeare: en diferentes idiomas y formatos, con diferentes vestuarios, sobre diferentes tipos de escenario, incluso con diferentes palabras, interpretaciones creativas de ese materia prima cultural. Todos los días como profesores interpretamos, enseñando de manera única y subjetiva, desde nuestra experiencia y perspectiva personal, el material que nos toca transmitir. Y también somos artistas, inventando y creando experiencias nuevas en la sala de clase – sea virtual o física esa sala— probando cosas nuevas con los alumnos y dejando ver cómo reaccionan, qué opinan, y qué hacen con lo que inventamos.

Pero si llevamos la metáfora un poco más allá, yo también diría que los profesores somos directores. Directores de teatro, cuando estamos en el edificio de la escuela, y directores de tele o cine cuando estamos en situaciones remotas, orquestando obras de largo aliento, que pueden ser comedias, tragedias griegas o, telenovelas, dependiendo del día. Y es aquí donde la pandemia nos dio nuestro desafío más importante, al obligarnos a editar nuestro material para hacerlo caber en este nuevo y curioso formato que nadie entiende del todo, con herramientas nuevas que nunca habíamos usado antes. Y eso me hace pensar en gente como Georges Méliès, el pionero cinematográfico cuyas tempranas experimentaciones con las cámaras hicieron aportes fundamentales al cine moderno, y algunas las primeras películas de ciencia ficción.

Con muchas colegas hemos dicho que la experiencia del último año y medio, ha sido como vivir “una película de ciencia ficción”. El escenario cambia todo el rato, el vértigo es constante y nos han puesto en las manos una serie de herramientas nuevas que hemos tenido que dominar en tiempo récord. Pero esto no es una película que se planifica, se graba, se estrena y se repite cuantas veces uno quiere en Netflix. Es, efectivamente, más una obra de teatro de largo aliento que hemos tenido que dirigir y protagonizar, con esos performance diario de la que hablaba mi mamá, una obra que se refina y mejora con cada presentación. Y tal vez es mejor así: como los actores y directores de teatro podemos experimentar diferentes técnicas diferentes días, acertar a veces, fracasar otras, e invocar nuestra diva (o divo) interior para salir a ese escenario con el desparpajo y la confianza que viene de quienes saben que tienen la experiencia, el humor y la sabiduría para enfrentar el público que llegue, aunque tiren tomates algunos días.

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